CASINO ROYALE, 2006

¡Bond ha muerto, viva Bond!

Aunque los medios de comunicación se han cebado hasta la saciedad avisándonos de la diferencia que supone este nuevo Bond respecto a sus predecesores, mucho me temo que esta plataforma publicitaria –con intenciones de que la saga se recicle y la taquilla perviva- se centra tan sólo en la figura del mítico personaje y no en la intención última que presenta el guión de este aparentemente nuevo Bond. Porque sí, este Bond parece en algunos aspectos otro Bond: rubio, expeditivo en sus métodos, más vulnerable en sus emociones, sin los clichés propios de las otras películas de la saga. Pero este guión no pretende salirse del camino trazado, sino elipsarlo a través de una tan pretensiosa como aburrida explicación de por qué Bond es Bond, James Bond; por qué disfruta del trabajo de agente secreto como si de un juego se tratase, sin importarle morir; por qué va de Casanova con las mujeres, sin implicarse en las relaciones más allá del polvete de lujo. En definitiva, esta película -como ya hiciera el Batman de Christopher Nolan- intenta servir de tesis que nos haga comprender la lógica que vertebra el mundo aparentemente estandarizado de este héroe contemporáneo, tan necesitado -la taquilla manda- de una limpieza de estilo que lo adapte a los valores del espectador de hoy. Pero este cambio es aparente, porque en el fondo esta tesis se resume en la siempre recurrente dialéctica que se cuece en el interior del héroe: su frialdad es una máscara –todos los héroes tienen una-, un muro con el que protegerse contra el dolor de una pérdida -todos los héroes tienen una-. Por esta razón, Bond es tan caricaturesco, tan previsible, tan cerrado, y así tan permeable a convertirse en un mito. Las últimas palabras que pronuncia Bond en esta película no poseen tan sólo un carácter estético; son también las palabras del nacimiento del Bond que todos conocemos. Es al final de esta apertura cuando comienza la saga; esta película es sólo su innecesario preámbulo. Él mismo se nos presenta ante el espectador como el que será y ya sabemos que es, aunque sin conocer –ni importarnos mucho- por qué llegó a ser así. Por cierto, ¡qué sutil acierto el del director llamar Elipsis al plan maligno de Le Chiffre! Toda la película es una elipsis con la que explicar -¿realmente era necesario?- la esencia del personaje; una elipsis que regresa al origen para entender al héroe, y a su vez -aquí entra el estudio de mercado- renovarlo sin cambiar mucho ni incomodar a los persistentes seguidores. Esperemos que las próximas películas desestimen remedar el drama del agente secreto, y sigan ofreciéndonos más de lo mismo, con briznas prudentes de innovación. Eso sí, con el Bond rubio, que promete.

Casino Royale gustará quizá un poco más a los no tan aficionados a la saga, y los que ya lo son quedarán sólo en parte decepcionados porque el director haya andado sobre las huellas del héroe para mostrarnos algo que al condicional de Bond poco importa más allá de ver a su héroe en una nueva aventura, siembre igual y siempre diferente. Incluso el intento de hacer combinar por un lado la construcción de la identidad del personaje y por otro su nueva –primera en realidad- aventura tras los malos, diluye o dificulta que la trama fluya con sencillez en algunos tramos de la película.

En fin, por lo que a mí respecta no veo necesaria una explicación que me haga comprender por qué Bond es quien es. Me basta su banalidad, su sarcasmo, su inteligencia a veces fría, a veces burlesca, su invulnerabilidad física, su elegancia, su imán con las mujeres, en definitiva, su máscara. Sin máscara no hay personaje; desvelarla es traer a nosotros la persona. Y ¿quién quiere a la persona, a un James a secas? Yo por lo menos no. Me quedo con Bond, James Bond. Si es que no se lo cargan en las próximas incursiones. De todas formas, ver de nuevo a Craig de Bond no me desagradaría. Quizás es lo mejor de Casino Royale. Pero que cambien de director y de guionista, ¡por favor!

Postdata: aquí dejo algunas observaciones para el debate:

Eva Green está espectacular, pero desaprovechada. Se enñoñece de lo lindo en la segunda parte, haciendo de mera comparsa. ¿Para cuándo dejarán el rollito guapa, pero inteligente? ¿Por qué no mostrarlo sin decirlo? El cine negro norteamericano lo hacía y quedaba bien. Es más convincente la mujer árabe del mafioso -¡qué doblaje el suyo!- a la que Bond se casi agencia a cambio de información. Hasta en esto se nota que este Bond no es aún Bond; él nunca dejaría el trabajo a medias.

Estupendos créditos y estupendo inicio en bicolor. Parecía que la cosa iba por buen camino, pero…

La coreografía de la persecución inicial está muy lograda y divierte con esas acrobacias a lo Luc Besson en Yamasaki.

Mads Mikkelsen, el malo, es quizá el único personaje que tiene algo de caricatura en la película –ese ojo que llora sangre es digno de cualquier friki de comic-, al estilo de los otros malos de la saga. Por cierto, este actor noruego sale en nuestra Torremolinos 73.

Bond se moja, se ensucia y tiene a veces un vestuario de peón albañil. No está mal, mientras llegue impecable al casino. ¡Como tiene que ser!

Por fin encontramos un Bond que cuando atiza mamporros suena de verdad y no a batuka.

Lo que disfrutarán las feministas al ver cómo en la escena de la playa el Bond de Craig se equipara a Ursula Andrews, eso sí, con menos teta y más musculatura.

¡Qué gustazo eso de ver cómo cae un edificio veneciano y, por supuesto, saber que es mentira!

¿No os parece excesivamente larga la escena de la partida de póker en el casino? ¡Vaya guión!

¿No os parece igualmente cansino que los productos de Sony aparezcan en todas partes? Ya sé, son cosas del mecenazgo.

La canción que abre la película -You know my name, de Chris Cornell- es perfecta para enfatizar lo que nos encontraremos después, y no desentona del perfil de canciones Bond.

Siguen destrozando el coche, un Aston Martin por cierto. Quizá el traje y el coche sea de lo poco que conserva el glamour añejo de la saga.

¿Es esta película lo que esperaba Ian Fleming de su Casino Royale? Quizá este escritor buscaba un agente secreto menos glamuroso y juguetón, más profesional, frío, a lo Chacal. Quizá en las siguientes entregas veamos esto. Quizá nos guste más este otro Bond. Quizá dos más dos sean veinte. O quizá sea mejor que Bond siga siendo Bond; y Bourne, Bourne; y Bart Simpson, Bart Simpson. De lo contrario, los efectos especiales se beberán en Martini de Hollywood al personaje, y convertirán a Bond en una especie de Bruce Willis trajeado. ¡No, por favor!

En las posteriores películas de la saga, ¿beberá Bond el Martini agitado?, ¿le resbalarán las balas?, ¿sus trajes permanecerán impolutos?, ¿dejará de enamorarse?, ¿volverán los malos a ser malos de verdad?, ¿dejarán las chicas Bond de tener que demostrar que son inteligentes, para caer de todas formas en las garras del agente? Y lo más importante, ¿disfrutará Bond de su trabajo en la siguiente película? En esta cinta parece un Terminator con un corazoncito a lo Sonrisas y lágrimas. Si es así, yo me apunto.

TEASER:


CANCIÓN:


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