Pequeña Miss Sunshine, de Jonathan Dayton y Valerie Faris

UNA HISTORIA AMERICANA

Comedia agridulce que -como muchas otras películas estadounidenses recientes- reflexiona acerca del universo creado por una sociedad que gira en torno a un modelo fagotizador basado en el éxito económico y el prestigio social. Por eso no se nos muestran personajes arquetipo, tan comunes en el cine de este país; aquí sólo -¿sólo?- se nos muestran seres creíbles, de carne y hueso, ruinas vivientes, supervivientes de un sistema cultural no tan alejado del nuestro propio. Un abuelo que intenta disfrutar como puede de la vida que le queda escupiendo sobre el mundo y esnifando coca; un tío escritor y ex-suicida que regresa al hogar después de un frascaso amoroso; un padre que representa al wonderful way of life americano (por poco tiempo); un hermano autista, reñido con el mundo, que lee a Nietzsche ysueña con volar lejos; una madre orquesta, que recoge como puede los restos que quedan de su familia; y por último, la pequeña Olive, una niña como tantas, feliz, ilusionada con los concursos de belleza de la tele. Como podéis inferir de lo dicho, una familia como tantas otras: simplemente diferente.

Pequeña Miss Sunshine no engaña con giros de guión, ni se pega a la fácil sensiblería o al folklorismo de las típicas películas sobre familias de clase media americana. Desde los primeros minutos todo queda claro, y casi que podemos intuir con precisión las cartas con las que juegan sus directores. Sencilla -quizás en exceso- y de moral categórica, no deja ver más que lo que hay. Los directores
-por cierto, marido y mujer en la vida real- se valen de un aperentemente corto road-movie catárquico para hacer moverse a sus personajes, paralizados por la angustia de no responder a lo que la sociedad pide de ellos, y obligados por pura supervivencia vital a redescubrirse como personas libres, más allá de esos imperativos culturales. Uno de ellos, el abuelo, dejando paso a que su nieta realice las ilusiones que él un día dejó pasar de largo y ahora le amargan; el padre, pasando al otro lado, el de los humanos, los "fracasados"; el tío, empatizando con una familia que tampoco tiene desperdicio y que le hace recuperar el oxígeno que necesita; el hermano, liberándose del yugo de "deber ser" alguien en la vida...


Me hizo pensar especialmente la escena en la que el adolescente de la familia escucha impotente a sus padres discutir, tumbado en la cama de un motel de carretera. Su tío le enciende la tele y le anima a que desoiga la discusión. Mientras, el canal de televisión nos muestra la imagen de Bush, arengando a los ciudadanos a la unión patriótica por una américa fuerte y libre. Por supuesto, el adolescente apaga la tele y prefiere seguir escuchando estoicamente a sus padres al otro lado de la pared del motel.

En definitiva, una película de factura modesta y resolución no menos modesta, que por lo menos no te lleva a otro huerto que no sea el que tú quieras plantar. Y esto es de agraceder. ¿Es pedir poco?


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