Un recuerdo

Tenía diecinueve años y llenaba todo mi tiempo con alcohol y ficciones, ya fueran películas o libros. Veía al menos diez películas a la semana, leía al menos veinte libros al mes y bebía al menos cien veces más de lo que mi organismo era capaz de asimilar. En uno de los videoclubs que estaban cerca de mi casa (en el que me habían nombrado cliente del año, y cuyas paredes estaban empapeladas con mi rostro desfigurado por la sobreexposición al celuloide) alquilé Remando al viento, y mi relación con la realidad no volvió a ser la misma. Me quedé deslumbrado. Nunca había experimentado tanto amor, tanto sentido de la lealtad, tanto horror. Nunca me había emocionado de esa manera, con ninguna persona, ficción o cosa.

Después de ese día vi la película muchas veces más, de forma que, en poco tiempo, me sabía todos los diálogos de memoria. Y, sin embargo, mientras más veía la película más me emocionaba, sentía que cada vez dependía más de ella, como si el solo hecho de sumergirme en la película fuera el rito más eficaz para soportar mis imposturas, la mejor forma de ajustar mis sensaciones, el lenitivo más conveniente para mis trastornos. Vivía por la película, para la película, y gracias a ella mi vida era mejor, pues ella era la mejor razón para vivir.

Más tarde vinieron, como no podía ser de otra forma, todas las películas y todos los libros que pude encontrar de Gonzalo Suárez. Fanático de sus creaciones, lo más sorprendente fue comprender que Remando al viento era una película que estaba por encima de su talento, una obra maestra en la que él no había sido el creador, sino el transmisor, el descodificador, el recipiente adecuado de inmensas reservas de talento que habían permanecido incólumes hasta ese momento. Así, cada vez que veía a Lord Byron proferir su famoso canto albanés, me entraban ganas de gritar como él, deseaba que mi propia voz encontrara, como la del viejo y orgulloso poeta, un eco en las montañas de Albania, un refugio en algún territorio caliginoso y húmedo donde las lágrimas fluyeran con facilidad. De la misma manera, cada vez que escuchaba a Lord Byron decirle a Mary Shelley “Si has tenido poder para escribir nuestro destino, ten ahora valor para afrontarlo” sentía que mi destino, emborronado por el alcohol y las ficciones, no estaba en condiciones de ser escrito por mí, y que mucho menos poseía valor para afrontarlo cuando apenas tenía el coraje de admitir que mi existencia era una mezcla de hastío y de delirio, de exploraciones desmañadas y de encuentros prescindibles. Pero, a pesar de todo, quería vivir, debía vivir, sabía que no había que renunciar a escrutar, a asumir riesgos, aunque nada pudiera emocionarme tanto como Remando al viento.

Cuando algunos meses después se me pasaron las ganas de ver una vez más la película, me sentí perdido y liberado, como si fuera el único responsable de un delito gravísimo, que, probablemente, era tan sólo una traición indispensable para madurar. Ahora, muchos años después, no soy capaz de discernir si fui el beneficiario o la víctima, pero estoy convencido de que Lord Byron tenía razón cuando le decía a Percy Bisshe Shelley: “El tiempo es un tirano, amigo mío, y me temo que sólo los tiranos pueden acabar con las tiranías”.

Comentarios

Ramón Besonías ha dicho que…
Agradezco tu artículo, porque me ha traido a la memoria dos cuestiones: una, la película de Suarez, y la otra, las ocasiones en las que una película me ha causado gran impresión. Respecto a este último tema, la verdad es que el aroma de la experiencia en la mayoría de los casos se ha ido disipando con el tiempo; incluso a veces puedo llegar a pensar cómo me gustó tal engendro cinematográfico. Claro que por aquellos años mis intenciones y mis gustos deambulaban por otros caminos que encontraron de seguro puerto en esas películas. Ahora bien, hay otras que son puerto a los que pase el tiempo que pase sigo arribando siempre que puedo y con igual placer. En otra ocasión dejaré mis impresiones sobre aquellas películas.

Respecto a la película que comentabas, mi sensación fue también grata pero en ningún caso tan dionisíaca como en tu caso. Recuerdo a Hugh Grant gritando sobre una barca en la bruma de la noche, y a un estupendo Polidori interpretado por José Luis Gómez. Recuerdo cómo el personaje prometeico creado por Mary Shelley la persigue en su memoria y también en sus carnes, adueñándose de ella. Hoy Remando al viento me sugiere más cómo el poder de la literatura llega a la vida de quienes la leen o la crean, y sobre la fascinante y fáustica aventura de la creación literaria. Igualmente me parece una película excesivamente teatral, lo que en momentos la hace fría. Veo que en tu caso te calentó el alma, y que aún quedan ascuas de la hoguera. Disfruta su calorcito por siempre, compañero.

Un abrazo y nos vemos en el cine...