BANDERAS DE NUESTROS PADRES de Clint Eastwood



Con cierto temor inicio mi crítica sobre esta película sabiendo como sé el prestigio del que goza el director, del que se ha dicho que se trata del último director clásico. ¡Qué grandes son las palabras, más incluso que el cine en ocasiones!

Me confieso un admirador de Clint Eastwood, del actor y del director. He disfrutado viéndole, sobre todo, en
El Seductor (uno de sus mejores papeles, y más desconocidos), pero también, por supuesto, en Dos mulas y una mujer, en El bueno, el feo y el malo, en La muerte tenía un precio, en El jinete pálido y, cómo no, en la saga de Harry el sucio, donde compone un gran personaje (otra cosa es comulgar con su ideología) que luego han querido imitar otros actores asociándose a la imagen de un detective o policía (Tom Cruise, Matt Damon, Bruce Willis, etc.). Como otros fanáticos de Clint, no le perdono, en cambio, su papel en Los puentes de Madison, ahí llorando, lavando los platos y tirando fotos a las flores. Para ver la realidad me hubiera quedado en casa. Los frikies del mejor Clint esperábamos que le hubiese puesto una carga de dinamita al dichoso puente de Madison y le hubiera hecho volar por los aires, pero en fin, no quiero ir por ahí que me caliento.


Como director, Clint tiene sus luces y sus sombras, como todos los grandes directores. Me confieso un admirador total de Sin perdón (esto no le sorprende a nadie), de Mystic River (magnífica película) y, sobre todo, de Poder absoluto, que os animo a revisitar. Y luego tiene cosas verdaderamente inquietantes como eso de Space Cowboys (para mayor gloria de sus amigos jubilados), Cazador blanco, corazón negro y Medianoche en el jardín del bien y del mal. Soy, además, de quienes no estuvieron totalmente conformes con la premiada Million dollar Baby, no porque fuese mala, sino porque no nos pareció tan buena.

En fin, luces y sombras en un gran director, que lo mejor que tiene es la elección de los guiones, para lo que siempre ha tenido un buen ojo.
Pero iniciemos las críticas de Banderas de nuestros padres, que es a lo que hemos venido, y que son cuatro.

Primero, yo creo que cuando se dice de un autor que es clásico nos referimos a que posee un gran respeto por la tradición cinematográfica que le precede, una gran destreza narrativa contando las cosas al espectador de la forma más sencilla, seleccionando siempre los ángulos más significativos y no acudiendo casi nunca a los efectos especiales o digitales, pues se confía en que con los recursos narrativos clásicos se consigue tanta o mayor expresividad. Con ello se apuesta por la historia y no por el embobamiento que producen los efectos. De los aspectos citados, no cabe duda de que Clint Eastwood, como director, siempre se ha inclinado por la sencillez narrativa, de la que ha hecho gala en su filmografía con considerable acierto y éxito. Pero es que ya se pasa un poco, y algunas veces la sencillez se convierte en ramplonería: que no se preocupe, que nos enteramos todos de la historia. Por un poco más de riesgo no hubiera quebrado. Resulta todo demasiado plano. Una cosa es respetar al espectador, otra creer que somos tontos.


Segundo, relacionado con lo anterior, es la elección de la forma narrativa. La historia la tenemos, es buena, porque, como dije antes, Clint siempre se ha distinguido por aparecer en o dirigir buenos guiones (creo que menos
Mediodía en el jardín...). Pues bien, tenemos una buena idea, una buena historia, incluso con una interesante carga social y política, y ahora a ver cómo la contamos. Ha podido elegir diversas formas y creo que se ha equivocado de pleno en la seleccionada. Me explico. La película, en el plano narratológico, se basa formalmente en el conocido recurso del flash-back o relato hacia atrás. No es original, es clásico, de acuerdo. Pero una cosa es eso y otra abusar de él porque el flash-back es continuo y a dos niveles: el del relato del viejo contándole al hijo del amigo la historia y el de los continuos flash-backs de los protagonistas que, mientras están en su tour por el país recaudando dinero, recuerdan lo que les sucedió en Iwo Jima. Resulta reiterativo y enormemente pesado. Se queda ya sin recursos y sin variedad de fundidos, tal es el número de ocasiones en que recurre al flash-back. De hecho, cada vez que se ilumina un foco o hay algún destello o pasa un tren se recurre al flash-back, resultando definitivamente pesado.

Tercero, los actores. ¿Pero de dónde se han sacado ese casting? Hay que rascarse el bolsillo, señor Spielberg (que es el productor). ¿Acaso no se rodea él mismo de excelentes actores en, por ejemplo, Salvar al soldado Ryan. ¡Hombre!, pues proporciónale al bueno de Clint un buen reparto, solvente. Fijaos, si no, en el actor indio cuando hace de borracho, totalmente histriónico (no te preocupes, que nos enteramos de que estás borracho; podría aprender del Nicholas Cage de Leaving Las Vegas), o la escasa expresividad de los otros dos héroes. ¡Por favor!

Cuarto y último, las escenas bélicas. Agudeza visual: ¿A qué película recuerda el desembarco de Iwo Jima? ¿Quién las ha rodado, Clint Eastwood o el productor, Steven Spielberg? ¡Pero si son igualitas que los primeros 25 minutos de Salvar al soldado Ryan!, que es lo mejor que se ha hecho en cine bélico (en batallas estoy hablando) en la historia del cine: mismas acciones, mismos cuerpos mutilados, misma ralentización y, sobre todo, idénticas técnicas fotográficas con ese realismo sucio azulado. No puede ser. Con razón se dice que Clint se mueve mejor como director en los espacios cerrados e íntimos que en los abiertos. En la campaña bélica lo único que ha hecho es subirse a las espaldas de un gigante, como hacían los escritores de la Edad Media, y en este caso el gigante es Spielberg. No me sorprende, por tanto, que por ésta no le hayan dado nada en la ceremonia de los Globos de Oro. Habrá que ver la versión japonesa, que seguro que mejorará la presente, sobre todo teniendo en cuenta que ha sido premiada en los Globos de Oro por delante de películas extranjeras realmente interesantes. No quiero quedar tan mal sabor de boca al personal. A pesar de todo la película es interesante por el tema que plantea, muy bien tratado y convenientemente resuelto. Lo que falla es la factura. No quiero concluir sin señalar y destacar una escena que me parece memorable, y es cuando, al comienzo de la película, mientras van los soldados en un acorazado rumbo a Iwo Jima, uno de ellos se cae del barco accidentalmente mientras saluda a los aviones que les escoltan. Todos los soldados se ríen en un primer momento de la torpeza del compañero, pero los gestos cambian cuando ven pasar uno tras otro los acorazados y ninguno se detiene a recoger al soldado caído. “No van a parar”, dice uno de ellos. Resulta escalofriante que una flota de cientos de barcos abandone a un hombre...




Un cordial saludo a todos....


Tanhausser.

Comentarios

Fedush ha dicho que…
Quizá Eastwood haya fallado en esta peli, pero sus obras son magníficas como tu defiendes al principio. Creo que es uno de los clásicos que nos emotiva. Tu blog se merece mi voto. Enhorabuena.
Si te gusta mi blog, vótame en "Actualidad" para los Premios 20 Blog: http://fedush.blogspot.com . Un saludo
Ramón Besonías ha dicho que…
En honor a la verdad

Lo confieso, no me ha emocionado. ¿Porque no soy estadounidense? ¿Porque no he sido, gracias al azar, testigo viviente de una guerra? ¿Porque no empatizo con la historia que narra? ¿Porque no es mi padre o mi abuelo al que debo traer a mi memoria? ¿Porque el montaje no se sostiene y aburre un poco? ¿Porque el reparto coral no canta al mismo tono? ¿Porque no hay un narrador que dé consistencia desde el principio a un guión deshilvanado? ¿Porque el bélico no es el género de Eastwood? ¿Porque hubiera esperado algo más que imágenes que sobrecogen y un final excesivamente dulzón? Quizá sea por todas estas razones, y otras más que no recuerdo (por ahora). Pero lo cierto es que no me ha llegado la historia y a ratos, sólo en ciertas escenas, se me ha calentado el corazón. El resto, congelado.

Sin embargo, es en esta parte fría y distante de la narración donde quiero pararme, porque creo que es ahí donde la historia ha logrado captar mi atención y me ha traído a la memoria reflexiones que merecen un kit-kat. Pero ya digo, desde la cabeza, no desde las emociones.

Al comienzo de la película, una voz en off, del que se supone será uno de los supervivientes de la batalla, duda -con la serenidad y rotundidad que da la vejez- de que exista la posibilidad de afirmar con toda seguridad que tal o cual persona es un héroe o un villano, más y cuando se habla desde el prisma de una guerra. Esta duda se presta como un buen resumen acerca de lo que defiende Eastwood a lo largo de la cinta, y de seguro quedará –estoy seguro y no soy viejo- del todo sentenciado en la que espero será mucho mejor y concluyente “Cartas desde Iwo Jima”. Presentar a lo Rashomon o Citizen Kane diferentes puntos de vista sugiere que Eastwood ha decidido jugar una partida con el espectador más compleja, que no se acaba sin ver esta segunda propuesta. Y que al ver las dos propuestas se fundirán en una sola que, más allá de nacionalidades o ideologías, devienen en un discurso humanista acerca de la dignidad humana frente a lecturas políticas que deconstruyen la verdad (la de cada soldado en el frente) y la convierten en simulacro, pura imagen a mayor gloria del Estado.

Este conflicto entre autoridad pública y moral privada ha sido siempre una constante en la filmografía de Eastwood, tanto como director (Poder absoluto, El sargento de hierro, Un mundo perfecto, etc.) como actor (su muy denigrado Harry el sucio, y en parte las de Sergio Leone). En esta película es tan meridiano como que el montaje se vertebra en dos líneas argumentales diferentes -la toma de la isla y la promoción mediática de los héroes- pero reconstruidas en zigzag para constatar, de manera evidente para todo espectador, que la realidad es travestida por los poderes fácticos a través de iconos sencillos que mitologicen el devenir de los que dejaron la piel en la contienda. Quienes quedan en casa calman así su dolor o su conciencia, y de paso el Estado reconstruye sus arcas. De esta forma, Eastwood nos advierte del poder y debilidad del lenguaje (audio)visual, extensible al mundo del celuloide (que ha dado miles de productos a mayor gloria de un discurso políticamente correcto acerca de las guerras). El pueblo no quiere sangre, ni dolor, especialmente si son ajenas; por el contrario, quiere la sonrisa profiden de los que se salvaron y cuentan el rollo de cómo la contaron y los pobres que quedaron atrás. Pero nada de lloriqueos (si no, recordad la escena en la que echan del fiestorro al indio por llorar en el hombro de la madre del colega).

Quizá el beneficio de esta película sea recordadnos a los españoles la necesidad de destapar la verdad de los cadáveres que dejamos atrás, pero sin el resentimiento partidista que de seguro los haría de nuevo volver a sus tumbas para siempre, riéndose de seguro de unos mortales que no saben llorar dignamente la memoria de quienes quisieron.

Por cierto, estupendo giño irónico el de Eastwood a su coproductor Spielberg en la escena en que un soldado se cae al océano y es abandonado por los suyos. Se podría titular “Ahogar al soldado Ryan”. Pero no sólo es un giño negro, sino que demuestra las diferencias entre ambos realizadores respecto al cine que les gusta hacer. En el caso de Spielberg, más complaciente y correcto que Eastwood, que casi nunca deja concesión al espectador y lo devuelve de un plumazo a la realidad. Para Spielberg, es la imaginación (venga de Peter Pan o de E.T.) la que nos redime; para Eastwood, la realidad. Recuérdese si no la muerte de la boxeadora a mitad de la película en Million dollar baby; la búsqueda de la verdad de un atormentado Tim Robbins; o la deconstrucción que hace del pistolero sin pulso ni alma –más allá de las novelas pulp del género o del western de siempre- en Sin perdón. El cine de Eastwood no simula, más bien nos desvela la lógica de todo simulacro, devolviéndonos a lo único que puede hacernos libres: la verdad (la que cada cual ha de buscar, no las que nos venden o nos vendemos a nosotros mismos). He ahí que Banderas de nuestros padres viene a ofrecer la invitación a reconstruir nuestra memoria (la de los estadounidenses en concreto) de los sucesos que nos hirieron o dejaron ausencias a nuestro paso, y a su vez a estar precavidos contra las mentiras que quienes las usan para sus intereses.

Por esta razón me gusta este director. Aunque no me emocione, es un pecado venial que le perdono a gusto.

Nos vemos en el cine…