Desmontando a Peckinpah

Distan veintitres años entre Grupo Salvaje y Resevoir Dogs, pero es tiempo suficiente para apreciar sin mucha astucia ni capacidad deductiva que el cine ha cambiado mucho. Pero aún más revelador es la persistencia con la que el cine actual desmonta a gusto películas clásicas para esparcir en sus nuevas creaciones retazos deformados de escenas y diálogos legandarios para -dicen los doctores frankenstein de las criaturas- homenajear las películas que en su día les fascinó. Estos pseudohomenajes son sin embargo un síntoma evidente de que el cine de finales del siglo XX busca buena parte de sus fuentes de inspiración -cuando no de una metastásica supervivencia- en los clásicos.

Este es el caso de Grupo Salvaje, del casi siempre acertado y a veces deslumbrante Sam Peckinpah. Esta película se puede definir -otras muchas cintas de su época se meten en este saco temático- como de épica oscura, de héroes decadentes, a punto de morir -si es que no debieron morir ya hace mucho-, en un mundo moderno que les resulta extraño. Los valores de estos héroes desaparecen con la aparición de la ciudad moderna y sus tecnologías -no olvidemos que es una ametralladora la que acaba con el grupo salvaje, frente a sus rudimentarios y unipersonales revólveres; también en La Balada de Cable Hogue el personaje protagonista muere bajo las ruedas de un automóvil, de los pocos que por entonces rodaban por el oeste-. Todos los héroes de Peckinpah son personajes fuera de su tiempo, alienígenas humanos en una tierra de se les hace desconocida. Por eso la muerte es el único horizonte del héroe peckinpahiano.


Pero volvamos al cine actual. Quentin Tarantino, gran eruditófago de cualquier serie B hasta la Z de nuestra cultura contemporánea, compone su filmografía de remiendos cinéfilos. Pero no lo hace para reactualizar el noir clásico, revitalizándolo de sus viejos clichés. No, Tarantino deconstruye, monta las piezas a su gusto, recomponiendo un universo fílmico nuevo, profundamente posmoderno -sólo en el caso de Jackie Brown parecía que se iba a decantar por seguir a su manera los pasos del noir que tanto debió tragar a gusto en su juventud (especialmente su querido Godard con su Banda Aparte, que da nombre a la productorade Tarantino).


Pero el clasicismo de Tarantino es tan sólo un instrumento o una referencia cinéfila de apoyo; su interés final es el juego, la fiesta audiovisual de música e imágenes impactantes que remitologicen el cine, pero sin ningún poso filosófico. El cine por el cine, el goce en cada fotograma, con cada canción elegida premeditadamente para tal o cual escena. Los diálogos son ocurrentes, pero en ningún caso inteligentes. Tan sólo contribuyen a llenar su cine, como si de un condimento alimenticio se tratase. El resultado es un pastel delicioso, coloreado con alegría, y muy sabroso. Muchas calorías, sin un sólo hidrato de carbono ni vitamina, que no es poco para festejar el poder visual del cine, pero sí es mucha distancia la que le separa del peso narrativo y la profundidad de los personajes de los noir europeo y norteamericano.

Un ejemplo de esta diferencia de actitud ante el universo cinematográfico se pone de manifiesto en la escena final de Grupo Salvaje de la que se alimenta la intro de Deservoir Dogs. El grupo decide enfrentarse al cacique mejicano y su trouppe de mugrientos militares, muy a su pesar y conocimiento de que ese heroicismo les costará la vida. Pero cómo seguir viviendo si no es como ellos saben hacerlo. Atraviesan el pueblo lentamente, ante la atónita mirada de los lugareños, que no entienden cómo esos gringos buscan tan alegremente su propia fatalidad. La cámara sigue los pasos del grupo al compás de tambores y una triste cancioncilla mejicana, y les pierde el rastro ya de espaldas entrando hacia la puerta que les llevará a su muerte. ¡Cómo me recuerda esta película a la también crepuscular y espléndida Sin perdón!

Tarantino se hace eco de esta escena y la emula, pero esta vez con un grupo muy diferente -aunque igualmente salvaje-: trajes y gafas a lo Armani, Little Green Bag de Steven Wright, y unos primeros planos, muy propios de serie de TV, presentando a cada personaje. Todo muy a lo anuncio de El Corte Inglés. El cuento de Caperucita ha cambiado mucho. Ya no estamos ante viejos héroes cerrando sus vidas a lo grande, ni vemos ya amargura y escepticismo en la propuesta de Tarantino. Sólo presenciamos un espectáculo cuya crudeza está tan sólo marcada por la limpieza de las imágenes de violencia que nos propina en cada escena. Los diálogos son ligeros, chispeantes, cotidianos -aquí Quentin cree homenajear a la Nouvelle vague-, todo muy light, como el juego a ser malo de un niño mocoso. Lo curioso y mágico del cine de Tarantino es que el producto final le queda bien, como un traje a medida, es resultón y entretiene. Mientras tanto, la propuesta de Peckinpah va más allá: además de divertir, conmueve porque los personajes no juegan a ser muñecos manga ni detectives o ladrones en una novela pulp de posguerra yanqui.

En la diferencia está lo bueno, aunque Peckinpah marca por muchos puntos la diferencia.

Nos vemos en el cine...

GRUPO SALVAJE, Sam Peckinpah (1969)



RESERVOIR DOGS, Quentin Tarantino (1992)



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