El coleccionista
Freddy Clegg es un joven introvertido, empleado de banca y afortunado jugador de quinielas que colecciona algo más que mariposas. Un día secuestra a la mujer de la que siempre ha estado enamorado en secreto con nobles intenciones: haciéndola caer en sus redes, sólo tiene el ingenuo propósito de que se enamore de él, pues su mente enferma concibe el rapto como declaración de amor. Es su sueño, largo alentado: guardar a su bella presa como a una mariposa en una vitrina. Ser correspondido por una mariposa.
El coleccionista, 1965. A título filosófico, lo que no se puede conseguir a fuerza de voluntad. Una película sorprendente y arriesgada, que padeció numerosas imitaciones con el tiempo, antecedente claro en cuanto al planteamiento para Átame, de Pedro Almodóvar, que ya no será lo mismo.
Dos buenos actores (Terence Stamp y Samantha Eggar) que no llegarán a ser estrellas dan aliento a este interesantísimo filme, aunque no del todo creíble, excelente retrato psicológico de la soledad y la necesidad de cariño. La trama, de marcado ambiente teatral, mantiene el suspense en todo momento, a partir de la entretenida novela de John Fowles, sobre un amor enfermo, imposible.
Lo verdaderamente sorprendente de la película es la dualidad a la que Wyler somete al espectador, despertando al enfermizo coleccionista que todos llevamos dentro. No nos es fácil aceptar nuestra creciente simpatía por un personaje que nadie consideraría normal, al tiempo que crece nuestra antipatía por un personaje arquetípico -la víctima de un rapto- que suele despertar compasión en el espectador.
Con El coleccionista, Wyler consigue ampliamente lo que pretendía, incomodar al público, hacerle pensar. No se trata únicamente de un thriller psicológico, también consigue fundir con una maestría fuera de lo común sentimientos totalmente opuestos. Una película que causa repulsa y atracción, de manera natural. Y es que la elegancia narrativa de William Wyler no se encontraba fácilmente, ya en el ocaso de su carrera.
La tensión se palpa y crece hasta que llega el clímax final, entre previsible e impactante. Y las últimas imágenes... -quizá por imposiciones del guión o por hacer más patente el carácter de Freddy- provocan un brusco cambio que derriba de un plumazo la atmósfera de romanticismo desbocado en que hasta entonces habíamos estado hipnóticamente inmersos.
Estimados lectores, véanla y juzguen por sí mismos.
Comentarios
Sin embargo, esta película sí mre trae a la memoria películas sobre asesinos con los que el espectador acaba empatizazndo y que son de una calidad más que aceptable. Véase el caso de "El silencio de los corderos" de Demme. De hecho, Wyler se adelanta a todos estos films de psicópatas en los que la cámara se posiciona desde su psicótico punto de vista. La diferencia está en que la mirada de Wyler es tan fría y diseccionadora como la del propio protagonista, y no deja al espectador concesiones al espectáculo o la violencia gratuita, tan propias en el psico-thriller actual.
Gracias, RAQUEL, por tu sugerencia. La verdad es que me ha entrado el mono de volverla a ver...
Feliz rescate, compañera Raquel.
Un saludo a todos.
Tanhausser