Breve encuentro
-¿Puedo ayudarla?
-No, gracias. Es algo que me ha entrado en el ojo.
-Permítame que lo vea, soy médico.
-Es usted muy amable.
-Vuélvase hacia la luz, por favor. Mire hacia arriba. Hacia abajo. Quieta, ya lo veo. Ya está.
-¡Qué descanso! Era molestísimo.
-Parece una arenilla.
-Fue al pasar el expreso, muchas gracias. He tenido suerte de encontrarle a usted.
-Cualquiera lo hubiera hecho.
-Pero ha sido usted, y se lo agradezco.
Una arenilla en un ojo, un cruce de miradas y el Piano Concerto nº2 de Rachmaninoff. Así empieza una de las historias de amor más bellas del cine: Breve encuentro. Un hombre y una mujer se conocen fortuitamente en una estación de tren. La relación entre ambos empieza como una amistad; pero muy pronto desemboca en un romántica historia de amor que les saca de su rutinaria existencia. El dilema que se han de plantear está claro, aunque la decisión no es fácil: seguir juntos y romper sus respectivos matrimonios... o dejar de verse para siempre.
Celia Johnson y Trevor Howard no son actores. Son los desconocidos en el andén. La historia de amor se desenvuelve de forma tan natural que la infidelidad se presenta como algo casi razonable, inevitable; y a pesar de todo los protagonistas nos hacen ver que el hombre se rige por los principios morales que él mismo se ha impuesto, y que en el amor todo vale, pero en la vida real no.
Breve encuentro está basada en una pieza teatral de un solo acto, Still Life. Verdaderamente revelador. El guión lo escribió el dramaturgo inglés Noel Coward, cuya maestría a la hora de retratar con sutileza la vida cotidiana de la sociedad británica dió maravillas como La vida manda o este encuentro, breve como la vida misma. Y David Lean, antes de sus superproducciones, la dirige.
Los años pasan, pero todavía seguimos conteniendo la respiración ante tal torrente de emociones. Nunca hemos disfrutando tanto gastando pañuelo tras pañuelo. Personajes, fondo, vivencias, porqués, explicaciones... Vida en estado puro.
-No, gracias. Es algo que me ha entrado en el ojo.
-Permítame que lo vea, soy médico.
-Es usted muy amable.
-Vuélvase hacia la luz, por favor. Mire hacia arriba. Hacia abajo. Quieta, ya lo veo. Ya está.
-¡Qué descanso! Era molestísimo.
-Parece una arenilla.
-Fue al pasar el expreso, muchas gracias. He tenido suerte de encontrarle a usted.
-Cualquiera lo hubiera hecho.
-Pero ha sido usted, y se lo agradezco.
Una arenilla en un ojo, un cruce de miradas y el Piano Concerto nº2 de Rachmaninoff. Así empieza una de las historias de amor más bellas del cine: Breve encuentro. Un hombre y una mujer se conocen fortuitamente en una estación de tren. La relación entre ambos empieza como una amistad; pero muy pronto desemboca en un romántica historia de amor que les saca de su rutinaria existencia. El dilema que se han de plantear está claro, aunque la decisión no es fácil: seguir juntos y romper sus respectivos matrimonios... o dejar de verse para siempre.
Celia Johnson y Trevor Howard no son actores. Son los desconocidos en el andén. La historia de amor se desenvuelve de forma tan natural que la infidelidad se presenta como algo casi razonable, inevitable; y a pesar de todo los protagonistas nos hacen ver que el hombre se rige por los principios morales que él mismo se ha impuesto, y que en el amor todo vale, pero en la vida real no.
Breve encuentro está basada en una pieza teatral de un solo acto, Still Life. Verdaderamente revelador. El guión lo escribió el dramaturgo inglés Noel Coward, cuya maestría a la hora de retratar con sutileza la vida cotidiana de la sociedad británica dió maravillas como La vida manda o este encuentro, breve como la vida misma. Y David Lean, antes de sus superproducciones, la dirige.
Una estación de ferrocarril, dos adultos que ya no esperan ningún tipo de aventura existencial y la posibilidad de coger, por última vez, un tren que les dé un nuevo rumbo a sus vidas. Pero el miedo, la fragilidad y el desamparo son obstáculos imposibles de sortear. En esta obra de arte, intimista y triste, tan imitada como inimitable, David Lean supo dar lo mejor de sí mismo antes de lanzarse a aventuras más ambiciosas, aunque nunca de una intensidad semejante, quizás porque allá donde en sus grandes producciones los rostros de los actores se perdían entre multitudes y escenarios de ensueño, en Breve encuentro a la cámara le bastaron los pequeños detalles para que lo real fuese más real.
Los años pasan, pero todavía seguimos conteniendo la respiración ante tal torrente de emociones. Nunca hemos disfrutando tanto gastando pañuelo tras pañuelo. Personajes, fondo, vivencias, porqués, explicaciones... Vida en estado puro.
Comentarios
"Breve encuentro" -no confundir con su remake de 1974, de Alan Bridges, con un soso Richard Burton y una siempre radiante Sofía Loren- le debe mucho al cine. Desde Wilder, que al verla se le ocurrió la historia del pisito prestado para "El apartamento", hasta delicias recientes como "Deseando amar", de Wong Kar-Wai, o "El fin del romance", de Neil Jordan. Y no digamos ya el uso de las localizaciones y la fotografía para ahondar en la poesía de lo cotidiano que con tanto acierto me has hecho recordar, Raquel.
También me ha hecho recordar otra película muy recomendable por lo afín al tema de "Breve encuentro", aunque de estética y factura diferente: "Ojos negros", de Mikhalkov. Al igual que en aquélla, la presión de la realidad nos devuelve al mundo (¡qué pena!), como a la pobre Cecilia de "La rosa púrpura del Cairo".
Recomendamos sin reservas esta perla en un blanco y negro que parece la vida misma.
Nos vemos en el cine...
Buenas elecciones. Pura cinefilia en estado puro :)
Un placer leerte. Si quieres pasate por http://www.joseperdicion.com/, que creo te puede gustar.
Sin mas, un saludo. Nos leemos!
Saludos y que sepas que te enlacé en mi blog. Entre otras cosas para llevarme estas gratas sorpresas.
Estaría entre las mejores películas que he visto en mi vida.
Un saludo
Ya merece la pena solo por ser el origen de la que para mi es la Mejor Pelicula que se haya rodado nunca: El Apartamento de Billy Wilder...