Disturbia
El cine como reproducción
Buena parte del cine de consumo universalizable que encontramos últimamente por las carteleras sigue la máxima artística del icono de la vanguardia pop-art, Andy Warhol, según la cual la esencia del arte no está en la originalidad de la obra, sino en su potencialidad reproductora, tanto en la psique popular como en el proceso de producción y difusión. El arte, pues, no es creación, sino eterno retorno de lo mismo, siempre fugaz, y en su contingencia es donde reside su riqueza. Así, un retrato de Marilyn puede adoptar colores diversos, aún sabiendo de la evidente repetición de sus formas y aún proviniendo su figura de una iconografía popular extraída de los comunes medios de comunicación, ocio o consumo.
Esta filosofía del arte supone una disminución del lento proceso de creación (en este caso reproducción) clásico, y una difusión más barata y universalizable. Pero a su vez elude la responsabilidad que sí existía en el arte clásico de ser creador de una obra genuina, producto de la idea genial de su hacedor. Por el contrario, el artista posmoderno es heredero del arte como forma de difusión popular de iconos que un día fueron llamados obras de arte o maestras, pero que hoy sólo se reactualizan desde la nostalgia cinéfila o, como es este caso, desde su reproducción warholiana para consumo rápido y rentable para una masa extensa de espectadores.
Disturbia es, como otros tantos casos, un reciente ejemplo de esta tendencia en la que se apoya con más que demostrado éxito crematístico el aparato de producción hollywoodiense. De hecho, Hollywood inventó el cine como esa maquinaria repleta de fetiches (genios que se diría si hablásemos de la pintura) representados a través de sus actores, actrices, directores y películas. La idea, el concepto, la temática, las intenciones del autor (guionista o director) quedan diluidas por el glamour deslumbrante de este atrezzo que tanto apasiona a los fan-áticos de su boato. Véase si no el fotogénico glamour con el que se venden Festivales emblemáticos como Cannes o Venecia, garantes en su día de un cine hoy bendecido como clásico.
En Disturbia todo es reproducción adaptativa del clásico en el que se apoya, no hay en ella voluntad deconstructiva ni menos aún pasión que busque homenajear a Hitchcock y su Ventana indiscreta (1954). Todo es más frío y calculado. De personajes más talluditos pasamos a adolescentes, que es con quien el público mayoritario (el que las encuestas dicen llenar las butacas de los cines del mundo desarrollado) se van a identificar con más probabilidad. Así, se nos presentan elementos cuya contextualización (¿modernización?) no cumple una función artística o narrativa, sino una mera adaptación al público que aportará los esperados beneficios finales. Es el caso del uso que se hace en la película de las nuevas tecnologías (móviles con cámara, ordenadores portátiles, cámaras digitales de alta definición y reducido tamaño), cuyo arquetipo se encargará de ejemplificar sin pudor el típico oriental avispado (pero histriónico), amigo fiel del americano protagonista. Hasta se permite el director (no sabemos si sugerido por su lúcido productor) la idea de incluir en el protagonista conocimientos de español, en clara complicidad con el cada vez más influyente público hispano en EE.UU. Hasta los aspirantes a la Casa Blanca saben que deben obligarse a hacer guiños veniales al potencial votante hispano, si es que quieren arañar votos. Eso sí, el policía hispano no tendrá un papel muy determinante en la resolución de los hechos que Disturbia sugiere. Todo debe ser como la América bienpensante desearía: chico blanco busca chica blanca en urbanización de unifamiliares de lujo.
Disturbia nació para ser aderezada con palomitas y jarabe yanqui (es lo que más beneficios deja a las salas de exhibición). No defraudará a quien se deje llevar por su fútil pero natural necesidad de solazarse en este septiembre que promete mucho calor atrasado. Intriga, ninguna, no encontraremos nada más que sustos de telefilm. Ni siquiera las escenas sexuales prometen un climax que supere al de un anuncio publicitario con niña mona paseando palmito por el barrio.
Warhol no engañaba a su entregado espectador. Todos sabían que la vacua banalidad de varias Marilyn coloreadas reside en eso, en su electrizante fugacidad de feria mediática.
EE.UU., 2007
104 min.
Director: D. J. Caruso
Intérpretes: Shia LaBeouf, Sarah Roemer, Carrie-Anne Moss, David Morse
Estreno en España: 21 de septiembre
Web oficial
Tráiler
104 min.
Director: D. J. Caruso
Intérpretes: Shia LaBeouf, Sarah Roemer, Carrie-Anne Moss, David Morse
Estreno en España: 21 de septiembre
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